MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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lunes, 24 de junio de 2013

EL MARTIRIO DE SANTA INÉS EN DIRECTO

Santa Inés Virgen y Mártir




          En este mundo cada vez más hedonista, que busca a toda costa el placer y el dinero, verdadero dios de este mundo, y en donde todo es bueno para alcanzar esa meta: El engaño, la explotación, el robo, el crimen y otros abusos, que se producen siempre hacia los más débiles, por esa razón, nacen tanta soberbia, tanto odio, tanta envidia y tanto sufrimiento.

              Casi todo el mundo vive como si no existiera un más allá, un Juicio final en donde vamos a comparecer todos, ante el ojo escudriñador de Jesús, y en donde se nos va a pedir cuenta hasta de las palabras vanas que hemos pronunciado.

               En contraposición aparece la imagen de los Santos, los cuales viven y mueren con amor hacia el prójimo, incluso hacia sus verdugos, y enemigos y desean ardientemente la muerte para reunirse con su Creador en su Santo Reino de Paz, de Justicia, de Amor, de eterna felicidad.

            Esa noción del Reino de Dios, es  de unas características tales, que aunque no lo hayan visto, Dios le ha infundido un conocimiento tal en sus almas que, sin saber como ni porqué, tienen un deseo tan ardiente que quieren morir cuanto antes, para fundirse con el Abismo de Amor y de Felicidad eternas en el Paraíso de Dios. 
   
            Y esa misma ciencia infusa, locura para el mundo, también les comunica la plena certeza que la sangre derramada les otorgará la Gloria Eterna.


             DE LOS CUADERNOS DE MARÍA VALTORTA        
                  Dictado del 13 de Enero

         Dice Jesús:     

       “Está dicho: Dios porque amó infinitamente el hombre, lo amó hasta la muerte.

            Los mas verdaderos entre mis adeptos no son y no han sido diferentes de su Dios y siguiendo su ejemplo y para su gloria, a Él y a los hombres han prodigado un amor inconmensurable que va hasta la muerte.


                 Ya te he dicho que la muerte de Inés tiene, como la de Teresa, un único nombre: amor. Ya sea la espada o la enfermedad la causa aparente de la muerte de estas criaturas, que supieron amar con esa “inmensidad” perfecta de Dios, el único y verdadero agente es el Amor.
                Una sola palabra bastaría como epígrafe para estos “santos” míos. La que se usa para Mí: “Dilexit”. Amó. Amaron la adolescente Inés y la joven Cecilia, amó la fila de los hijos de Sinforosa, amó el tribuno Sebastián, amó el diácono Lorenzo, amó Julia, la esclava, amó el maestro Casiano, amó el carpintero Rufo, amó el Pontífice Lino, amó el cándido cuadro de las vírgenes, el tierno prado de los niños, la dulce fila de las madres, la viril de los padres, y la férrea cohorte de los soldados, y la sacerdotal procesión de los Obispos, de los Pontífices, de los Clérigos, de los Diáconos, amó la humilde multitud de los esclavos, doblemente redimida.

           Amó esta, mi purpúrea corte, que en medio de los tormentos profesó mi doctrina. Y amaron, en épocas mas serenas, los innumerables consagrados de los claustros y los cenobios, las vírgenes de todos los conventos y los héroes del mundo que, aún viviendo en el mundo, supieron hacer que el amor fuera clausura para el espíritu, de modo que este viviera amando únicamente al Señor, por el Señor y a los hombres, a través del Señor.

            Amó, esta pequeña palabra que, sin embargo, es mas grande que el universo porque en su brevedad encierra la fuerza más fuerte de Dios, la característica mas característica de Dios, el poder mas potente de Dios; esta palabra – cuyo sonido ultraterreno define una vida ya vivida, colma de si todo lo creado y estremece de admiración a la humanidad y de júbilo a los Cielos – es la llave que abre, el secreto que explica la resistencia, la generosidad, la fuerza, el heroísmo de tantas y tantas criaturas que, por edad o ambiente familiar o posición social, parecían las menos adecuadas para tal perfección heroica.

          Pues si no causa estupor que Sebastián, Alejandro, Mario, Expedito, por Cristo hayan sabido desafiar a la muerte, así como habían sabido desafiar por César, causa estupor que seres apenas adolescentes, como Inés, o madres amorosas, hayan sabido despojarse de la vida entre tormentos y hayan aceptado, como primer tormento, el de desprenderse del abrazo de los parientes y de los hijos, llevados por el amor hacia Mí.

             Mas a la generosidad humana y sobrehumana del mártir del amor corresponde la generosidad divina de Dios de amor. Yo soy  El que da fuerzas a estos héroes Míos y a todas las víctimas del martirio incruento pero prolongado y no menos heroico. Yo me convierto en fuerza dentro de ellos. Yo soy el que infunde fuerzas a la adolescente Inés como al viejo decrépito; a la joven madre como al soldado; al maestro como al esclavo; y a lo largo de los siglos, a la que vive en el claustro, como al estadista que muere en la fe, a la víctima ignorada como al adalid del espíritu.

                     No encontraréis en el fondo del corazón de estos mártires y en sus labios mas que esta preciosidad y este sabor: “Jesús”. Yo, Jesús, estoy allí donde irradia la santidad y se difunde la caridad”.

           Es medianoche, Jesús acaba de dictarme este trozo, que asocio a mi visión de esta noche.
               Desde esta mañana resonaba en mi corazón la frase: “Dios porque amó infinitamente el hombre, le amó hasta la muerte". Hasta tal punto  me la repetía, que he revisado todo el Nuevo Testamento para encontrarla. Pero no la he encontrado. O se me pasó o no está allí.

                Casi cegada por el cansancio, me he cansado a suspender la búsqueda, convencida de que Jesús hablaría seguramente de ese tema. Y no me he equivocado. Pero antes de hablarme de ello, mi Señor me ha ofrecido  una dulce visión y albergándola en mi corazón, me he abandonado a mi consabido…. descanso; luego cuando he vuelto a estar entre los vivos, le he encontrado de nuevo con la tersura del primer momento.

                     Me parecía distinguir un especie de pórtico (quizás un peristilo o un foro), un pórtico de la antigua Roma. Lo llamo “pórtico” porque había un hermoso piso de mármol y columnas de mármol blanco que sostenían un techo abovedado, decorado con mosaicos. Puede haber sido el pórtico de un templo pagano o de una casa romana, o la Curia o el Foro. No lo sé.

                    Contra la pared había un especie de trono, formado por un estrado de mármol sobre el que se erigía un sitial. En este sitial estaba un antiguo romano, que llevaba una toga. Mas tarde comprendí que se trataba del Prefecto imperial. Contra las paredes había estatuas de dioses, grandes y pequeñas, y trípodes para el incienso. En el medio de la sala o pórtico, no había más que una gran losa de mármol blanco. En el muro que estaba frente al sitial de aquel magistrado se abría el verdadero pórtico y a través de él se veían la plaza y la calle.                              
                    Mientras observaba estos detalles y la fisonomía grave del Prefecto, tres jovenzuelas entraron en el vestíbulo, pórtico, sala, lo que Usted quiera.

                Una de ellas era muy joven, casi una niña. Estaba vestida completamente de blanco: una túnica la cubría por entero pues dejaba ver tan sólo el cuello sutil y las manos pequeñas, con muñecas infantiles. Tenía la cabeza descubierta y era rubia. Iba peinada de modo muy simple, con la raya en el medio y dos largas y pesadas trenzas sobre los hombros. Pesaban tanto los cabellos que le obligaban a inclinar ligeramente la cabeza hacia atrás y esto le daba, sin querer, un porte real. Jugueteaba a sus pies un corderillo casi recién nacido, todo blanco y con un hociquillo rosado como los labios de un niño.

                   Las otras dos jóvenes  estaban detrás, a pocos pasos de ella. Una parecía casi de la misma edad que la primera, pero tenía un aspecto más robusto y rústico. La otra era mayor: habrá tenido a lo sumo unos 16 o 18 años. También ellas estaban vestidas de blanco e iban con la cabeza cubierta, pero su atavío era más humilde. Parecían doncellas de la otra joven, pues guardaban hacia ella una actitud respetuosa. Comprendí que esta era Inés, que la que tenía su misma edad era Emerenciana y la otra no se  quien era.

                Sonriente y aplomada, Inés se dirigíó a la tarima del Magistrado. Y oí el siguiente diálogo:
                “¿Me deseabas? Heme aquí.”.
          “No creo que, cuando sepas el porqué de mi llamado, seguirás definiéndolo deseo. ¿Eres cristiana?”.
                    “Sí, por gracia de Dios”.
        “¿Comprendes lo que puede significar para ti esa afirmación?”.
                 “El Cielo”.
             “¡Cuidado! La muerte es fea y tú eres una niña aún. No sonrías porque no estoy bromeando”.
                 “Yo tampoco estoy bromeando. Te sonrío porque eres el padrino de mis nupcias eternas y te quedo agradecida”.
          “Es mejor que pienses en bodas terrenas. Eres rica y hermosa. Ya hay muchos que piensan en ti. No tienes mas que elegir para convertirte en una patricia feliz”.

                   “Ya he hecho mi elección. Amo al Único que es digno de ser amado y esta es la hora de mis bodas, este es el templo en que han de celebrarse. Oigo la voz del Esposo que viene y veo a su amorosa mirada. A Él le sacrifico mi virginidad para que la convierta en una flor eterna”.

                     “Si te interesa tu virginidad y también tu vida, ofrece sacrificios a los dioses cuanto antes. Así lo establece la  ley”.
                 “Tengo un único Dios verdadero y a Él le ofrezco sacrificios de buenas ganas”.
                     En este momento me pareció que algunos ayudantes del Prefecto daban a Inés un vaso con incienso para que lo vertiera en el trípode que habían elegido, delante de un dios.
                “No son estos los dioses que amo. Mi Dios es Jesucristo, nuestro Señor: y a Él, a quien amo me sacrifico yo misma”.

                      Me pareció entonces que el Prefecto, irritado, ordenaba a sus ayudantes que, visto que desde ese momento se la consideraba rea y prisionera, colocaran las cadenas en los pulsos de Inés, para impedirle la huida o cualquier acto irreverente hacia las imágenes.
                       Mas la virgen se volvió sonriente al verdugo y le dijo: “No me toques. He venido aquí espontáneamente porque aquí me llama la voz del Esposo que, desde el Cielo, me invita a las bodas eternas. No me hacen falta tus grillos ni tus cadenas. Tendrías que ponérmelas solo si quisieras arrastrarme al mal. Y, (quizás) no servirían, porque mi Señor Dios los convertiría en algo más inútil que un hilo de lino en la muñeca de un gigante. No, hermano, tus cadenas no sirven para ir al encuentro de la muerte, del júbilo, de las bodas con Cristo. Te bendigo si  me martirizas. No huyo. Te amo y ruego por tu espíritu”.

            Tan bella, cándida erguida como un lirio, Inés era una visión celestial en la visión…
                El Prefecto pronunció la sentencia, que no logré oír bien. Me pareció que se había producido una interrupción durante la cual perdí de vista a Inés y me distraje debido a las muchas personas que se habían aglomerado en el entorno.

            Luego, volví a encontrar a la Mártir, aún mas bella y gozosa. Ante ella había un trípode y una pequeña estatua de  oro, que representaba a Júpiter: A su lado, el verdugo ya había desenvainado la espada. Probablemente, querían hacer la última tentativa para doblegarla. Más Inés, con una mirada resplandeciente, sacudía la cabeza y con su pequeña mano rechazaba la estatuilla. Ya no estaba a sus pies el corderillo, que ahora se encontraba en brazos de Emerenciana, sacudida por los sollozos.
                  Vi que hacían arrodillar a Inés en el piso, en el medio de la sala, allí donde estaba la gran losa de mármol blanco. La joven se recogió en si misma, con las manos sobre el pecho y la mirada fija en el cielo. Sus ojos, absortos en una dulce contemplación, estaban bañados de lágrimas de gozo sobrenatural. El rostro no había empalecido y en el se reflejaba una sonrisa.

                      Uno de los ayudantes le cogió las trenzas como si se hubiera tratado de una cuerda, con  la intención de tener fija la cabeza. Pero no era necesario.

                     “¡Amo a Cristo!” gritó al ver que el verdugo alzaba la espada; vi que la misma penetraba entre la escápula y la clavícula y hendía la carótida derecha; vi  que la mártir se desplomaba, sin perder la posición arrodillada, hacia el lado izquierdo, como quien se abandona en el sueño, un sueño feliz, porque la sonrisa no se borró en sus labios: solo quedó oculta tras el borbotón de sangre que manaba impetuosamente de la garganta tronchada.

                      He aquí mi visión de esta noche. No veía la hora de estar sola para escribirla y tener el gozo de revivirla en paz.
                       Durante la visión, corrían mis lágrimas  - espero que la penumbra de mi habitación las haya ocultado a los presentes – y yo permanecía con los  ojos cerrados, ya sea porque estaba tan atraída por la contemplación que necesitaba concentrarme, ya sea porqué quería hacer creer que dormía, pues no me gusta que se comprenda…dónde estoy. La visión era tan bella que no logré soportar los trozos de frases comunes y muy terrenas que llegaban a mis oídos y que flotaban como chatarra en medio de la belleza de mi visión. Y por eso dije: “¡Callaos, callaos!”, como si me molestaran los rumores. Pero no era eso. Era que quería quedarme sola para contemplar en paz. Y, en efecto, lo logré.

                      Después Jesús me habló...