MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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martes, 15 de marzo de 2016

LA AGONÍA DE JESÚS EN EL HUERTO DE GETSEMANÍ. LA ÚLTIMA OPORTUNIDAD DE LUCIFER, QUE DESPLIEGA TODO SU PODERÍO PARA DESBARATAR LOS PLANES DE DIOS.

EL ÁNGEL DE LA CONSOLACIÓN OFRECIÓ
A JESÚS UN CÁLIZ CON LOS NOMBRES
DE TODOS LOS ELEGIDOS


Detallada descripción de la agonía de Jesús en el Getsemaní, ultima posibilidad para Satanás para evitar la Redención de la Humanidad, aprovechando la debilidad del Hombre-Dios, abandonado por su Padre y por la mayoría de sus Apóstoles, y cargado con todos los pecados de la Humanidad, pasada, presente y futura.

Sublime enseñanza de como Jesús se acuerda de algunas almas desesperadas de una manera misteriosa, con la ayuda de las almas víctimas que saben ofrecer sus sufrimiento para, a ejemplo de Jesús, salvar a sus hermanos de la Condenación eterna.

Explicación de como todos los justos, enamorados de Dios, han estado presentes al pié de la Cruz, debido a la naturaleza Divina de Jesús, para la cual, no existe el tiempo.



REFLEXIONES SOBRE LA AGONÍA DE GETSEMANÍ
(Del poema del Hombre-Dios)


Dijo Jesús:

[...] Y no ha habido un dolor mayor, más completo que el mío. Era uno con el Padre. Él me había amado desde la eternidad como solo Dios puede amar. Se había complacido en Mí y había encontrado en Mí su divina alegría. Y Yo lo había amado como solo un Dios puede amar y encontraba en mi amor por Él mi alegría divina. La inefable relación que une ab aeterno al Padre con el Hijo, no puede seros explicado ni siquiera con mi palabra, porque, si bien ella es perfecta, vuestra inteligencia no lo es y no podéis comprender y conocer lo que es Dios mientras no estéis con Él en el Cielo. Pues bien, yo sentía, cual agua que asciende y presiona contra un embalse, crecer, hora tras hora, el rigor del Padre respecto a Mí.

[...] Yo lo experimenté. Tuve que conocerlo todo, incluso vuestras desesperaciones, para poder, respeto a todo, interceder por vosotros ante el Padre. ¡Oh, Yo experimenté lo que significaba decir: "Estoy solo, todos me han traicionado, abandonado. Tampoco el Padre, tampoco Dios me ayuda ya". 

Y por eso obro misteriosos prodigios de gracia en los pobres corazones destrozados por la desesperación, y por eso pido a mis predilectos que beban este cáliz mío de tan amarga experiencia, para que ellos - los que naufragan en el mar de la desesperación - no rechacen la cruz que ofrezco como ancla y salvación, sino que a ella se aferren y Yo pueda llevarlos a la bienaventurada orilla, donde solo habita la paz.

¡Solo Yo sé cuanto hubiera necesitado al Padre en la noche del Jueves! Era un espíritu ya agonizante por el esfuerzo de haber tenido que superar los dos mayores dolores de un hombre: el adiós a una madre amantísima y la cercanía del Apóstol infiel, eran dos llagas que me quemaban el corazón: una con su llanto, la otra con su odio.

[...] Habrían sido suficientes esas dos llagas para hacer de Mí un agonizante en mi Yo. Pero era el Expiador, la Víctima, el Cordero. El cordero, antes de ser inmolado, conoce la marca incandescente, conoce los golpes, conoce el desnudamiento, conoce la venta al matarife, Lo último que conoce es el hielo del cuchillo que penetra en el cuello y abre las venas y mata. Antes debe dejarlo todo: los pastos donde ha crecido, la madre en cuyo pecho ha hallado nutrición y calor, los compañeros con quien ha vivido. Todo. Yo he conocido todo: Yo, Cordero de Dios.

Por eso vino Satanás, mientras el Padre se retiraba a los Cielos. Ya había venido en el comienzo de mi misión, a tentarme para desviarme de ella. Ahora volvía. era su hora, la hora del aquelarre satánico.

Hordas de demonios estaban esta noche en la Tierra para llevar a cabo la seducción de los corazones y disponerlos a querer el día siguiente que mataran a Cristo. Cada uno de los miembros del Sanedrín tenía el suyo, y el suyo Herodes y el suyo Pilatos, y el suyo cada uno de los judíos que iba a invocar que cayera sobre sí mi Sangre. También los Apóstoles tenían cada uno su tentador a su lado, que los adormilada mientras que Yo languidecía, que los preparaba para la cobardía. Observa el poder de la pureza, Juan, el puro, fue el primero que se liberó de la garra demoníaca, y volvió enseguida con su Jesús, y comprendió su celado deseo, y me trajo a María.

Pero Judas tenía a Lucifer, y Yo tenía a Lucifer: Judas en el corazón, Yo, al lado. Eramos los dos principales personajes de la tragedia y Satanás se ocupaba personalmente de nosotros. Después de conducir a Judas hasta un punto del que ya no podía retroceder, se volvió hacia Mí.
Con su astucia perfecta, me presentó las torturas de la carne con un realismo insuperable. En el desierto, también empezó por la carne. Le vencí orando. El espíritu sojuzgó los miedos de la carne.

Me presentó entonces la inutilidad de mi muerte, la utilidad de vivir para mi mismo sin ocuparme de los hombres ingratos. Vivir rico, feliz, amado. Vivir por razón de mi Madre, por no hacerla sufrir. Vivir para llevar a Dios con un largo apostolado a muchos hombres, los cuales, si yo muriera, me olvidarían, mientras que, si Yo fuera Maestro, no durante tres años, sino por muchos lustros, terminarían identificándose con mi Doctrina. Sus ángeles me ayudarían a seducir a los hombres. ¿No veía que los ángeles de Dios no intervenían para ayudarme? Después, Dios me perdonaría al ver la cosecha de creyentes que le habría llevado. En el desierto, también me había inducido a tentar a Dios con la imprudencia. Le vencí con la oración. El espíritu sojuzgó a la tentación moral.

Me permito aquí hacer un inciso creo que importante, en la tentación de Jesús en el desierto, Satanás indujo a Jesús a tirarse desde el  pináculo del templo, ya que está escrito que "los ángeles te protegerán para que tu píe no tropiece con la piedra", a lo cual Jesús le contestó: "Está escrito no tentarás al Señor tu Dios", lo que quiere decir que no hay que ponerse en situación de peligro, aquí Lucifer sigue otra vez con la tentación de tentar a Dios: y es que rechazar la Cruz, y sustituirla por un largo apostolado, impedía la Salvación de la Humanidad, lo que era tentar en cierta manera a Dios, al imponerle una decisión contraria a su voluntad, que era la Redención del género humano.

Vemos que Satanás nunca tienta directamente ofreciendo el mal, porque sabe que el mal conocido nunca será admitido, siempre aparece como un amigo, que quiere favorecer, ¡Cuanta gente a cazado con esa astucia!

Me presentó el abandono de Dios. Él, el Padre, ya no me amaba. Yo estaba cargado con los pecados del mundo. Le producía repulsa. Estaba ausente, me dejaba solo. Me abandonaba al escarnio de una muchedumbre despiadada. Y no me concedía ni siquiera su divino consuelo. Solo, solo, solo. En esa hora solo estaba Satanás al lado del Cristo. Dios y los hombres estaban ausentes porque no me amaban. Me odiaban y se mostraban indiferentes. Yo oraba para cubrir con mi oración las palabras satánicas. Pero la oración ya no subía a Dios. Caía sobre mí, de nuevo como piedras de lapidación y me aplastaba bajo su cúmulo. La oración, que para mí era siempre caricia hecha al Padre, voz que subía y a la que correspondía la caricia y la palabra paterna, ahora estaba muerta, era costosa, en vano lanzada contra el cielo cerrado.

Entonces sentí la amargura del fondo del cáliz. El sabor de la desesperación. Esto era lo que quería Satanás. Llevarme a desesperar, para hacer de mí un esclavo suyo. Vencí la desesperación, y la vencí solo con mis fuerzas, porque quise vencerla. Solo con mis fuerzas de Hombre. Ya no era sino Hombre. Y ya no era sino un Hombre sin la ayuda de Dios. Cuando Dios ayuda, es fácil mantener elevado hasta el mundo y sostenerlo como juguete de niño. Pero cuando Dios ya no ayuda, hasta el peso de una flor nos resulta fatigoso.

Vencí la desesperación, y a Satanás, su creador, por servir a Dios y a vosotros dándoos la Vida. Pero conocí la muerte. No la muerte física del crucificado - esa fue menos atroz -, sino la muerte total, consciente, del luchador que cae, después de haber triunfado, con el corazón quebrantado, rezumándole la sangre con el trauma de un esfuerzo superior a lo posible. Y sudé sangre por ser fiel a la voluntad de Dios.

Por eso, el ángel de mi dolor me presentó, como medicina para mi agonía, la esperanza de todos los salvados por mi sacrificio.
¡Vuestros nombres! cada uno de ellos fue para mí una gota medicinal infundida en las venas para devolverles el tono y la función; cada uno de ellos significó para mí vida que volvía, luz que volvía, fuerza que volvía. En medio de las inhumanas torturas, para no gritar mi dolor de Hombre y para no desesperar de Dios y decir que era demasiado severo e injusto para con su víctima.

Yo me repetí vuestros nombres, yo os vi. Os bendije desde entonces. Desde entonces os llevé en mi corazón. Y cuando llegó para vosotros la hora de estar en la Tierra, me asomé desde el Cielo y me incliné para acompañar vuestra venida, exultando ante el pensamiento de que una nueva flor de amor había nacido en el mundo y que viviría por Mí.

¡Oh, benditos míos, consuelo de Cristo agonizante! Mi Madre, el Discípulo amado, las Mujeres pías acompañaban mi morir. Pero vosotros también estabais. Mis ojos agonizantes veían, junto con el rostro acongojado de mi Madre, vuestras caras amorosas, y se cerraron así, felices de cerrarse porque os habían salvado, ¡oh, vosotros, que compensáis el sacrificio de un Dios!" 

¡Emocionantes y estremecedoras palabras de Jesús, que nos ayudan a llevar nuestra cruz, y nos llenan de felicidad, solo Dios puede hablar así, como dijo Jesús, "Mis ovejas reconocen mi voz!".