MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

**
****************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************************

rep

sábado, 14 de agosto de 2021

I/II COMENTARIOS DE LA Stma. VIRGEN MARÍA SOBRE LOS ÉXTASIS DE SU VIDA TERRENA, Y DE SU ENTRADA TRIUNFAL EN EL CIELO.



EL TRÁNSITO DE MARÍA ES LA IMAGEN DE COMO HUBIERA SIDO
EL  DE TODOS LOS HUMANOS SI EVA HUBIERA OBEDECIDO A DIOS



Maravillosa descripción hecha por María de su entrada triunfal en el Cielo, con su séquito de Ángeles, en cuyos umbrales la esperaban San José, su esposo terreno, Los reyes y Patriarcas de su estirpe, ya que era descendiente de la casa de David,  y por los primeros Santos y Mártires cristianos, espera para ser recibida por su divino Hijo Jesús que la iba a coronar como Reina del Cielo y de la Tierra.
María es la Obra perfecta del Creador creada a su imagen y semejanza, está a la espera de ser coronada por Dios.


Dice María:
“De la misma forma que para mí fue un éxtasis el nacimiento de mi Hijo, y que del rapto de Dios que en aquella hora  se apoderó de mí, volví a la presencia de mi misma y a la Tierra, teniendo ya a mi Hijo en mis brazos, así mi impropiamente llamada “muerte” fue un rapto de Dios, confiando en la promesa recibida en el esplendor de la mañana de Pentecostés, yo pensaba que el acercamiento de la hora de la última venida del Amor para llevarme consigo en rapto, debía manifestarse con un aumento del fuego del amor que siempre ardía en mí; y no me equivoqué.
Por parte mía, a medida que iba pasando la vida, en mí iba aumentando el deseo de fundirme con la eterna caridad, me instaba a ello el deseo de unirme de nuevo con mi Hijo, y la certidumbre de que no haría tanto por los hombres  como cuando estuviera, orando y obrando en favor de ellos, a los pies del Trono de Dios. Y con impulso cada vez más escondido y acelerado, con todas las fuerzas de mi alma, gritaba al Cielo: “¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, eterno Amor!”.

La Eucaristía, que para mí era como el rocío para una flor sedienta, era, sí, vida; pero a medida que iba pasando el tiempo, cada vez era más insuficiente para satisfacer la incontenible ansia de mi corazón. Ya no me bastaba recibir en mí a mi divina Criatura y llevarla en el interior en las Sagradas Especias, como la había llevado en mi Carne virginal. Todo mi ser deseaba al Dios uno y trino, pero no celado tras los velos elegidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio de la Fe, sino como Él – en el centro del Cielo – era, es y será. El propio Hijo mío en sus arrobos eucarísticos, ardía dentro de mí con abrazos de infinito deseo; y cada vez que a mí venía, con la potencia de su amor, arrancaba de cuajo mi alma en el primer impulso, y luego permanecía, con infinita ternura, llamándome: “Mamá!” , y yo le sentía ansioso de tenerme consigo.

Ya no deseaba otra cosa. Ni siquiera ya estaba en mí, en los últimos tiempos de mi vida normal, el deseo de titular a la naciente Iglesia: todo estaba anulado en el deseo de poseer a Dios, por la persuasión que tenía de que todo se puede cuando se le posee.

“Alcanzad, oh cristianos este total amor. Pierda valor todo lo terreno. Mirad solo a Dios. Cuando seáis ricos en esa pobreza de deseo que es inconmensurable riqueza, Dios se inclinará hacia vuestro espíritu, primero para instruirle, luego para tomarle en sus manos, y ascenderéis con vuestro espíritu al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, para conocerlos y amarlos en toda la bienaventurada eternidad y para poseer sus riquezas de gracias para los hermanos.
Nunca somos tan activos para los hermanos como cuando no estamos ya con ellos, sino que somos luces unidas de nuevo con la divina Luz.

El acercarse del Amor eterno tuvo el signo que pensaba. Todo perdió luz y color, voz y presencia, bajo el fulgor y la Voz que, descendía de los Cielos, abiertos a mi mirada espiritual, descendían hacia mí para tomar mi alma.
Suele decirse que habría exultado de júbilo si me hubiera asistido en aquella hora mi Hijo. ¡Ah! Mi dulce Jesús estaba muy presente con el Padre cuando el Amor, o sea, el Espíritu Santo, tercera Persona de la Trinidad Eterna, me dio su tercer beso en mi vida, ese beso tan potentemente divino, que en él mi alma se fundió, perdiéndose en la contemplación cual gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de una azucena. Y ascendí con mi espíritu en canto de júbilo hasta los pies de los Tres a quienes siempre había adorado.

Luego, en el momento exacto, como perla en un engaste de fuego, ayudada primero, y luego seguida por el cortejo de los espíritus angélicos venidos a asistirme en mi eterno, celeste nacimiento, esperaba ya antes del umbral de los Cielos por mi Jesús y en el umbral de ellos por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires, entré como Reina, después de tanto dolor y tanta humildad de pobre sierva de Dios, en el Reino del júbilo sin límite.

Y el Cielo volvió a cerrarse en este acto de la alegría de tenerme, de tener a su Reina, cuya carne, única entre todas las carnes mortales, conocía la glorificación antes de la resurrección final y del último juicio”.






No hay comentarios: