MENSAJE DE LA VIRGEN MARÍA

DIJO LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA:

“QUIERO QUE ASÍ COMO MI NOMBRE ES CONOCIDO POR TODO EL MUNDO, ASÍ TAMBIÉN CONOZCAN LA LLAMA DE AMOR DE MI CORAZÓN INMACULADO QUE NO PUEDO POR MÁS TIEMPO CONTENER EN MÍ, QUE SE DERRAMA CON FUERZA INVENCIBLE HACIA VOSOTROS. CON LA LLAMA DE MI CORAZÓN CEGARÉ A SATANÁS. LA LLAMA DE AMOR, EN UNIÓN CON VOSOTROS, VA A ABRASAR EL PECADO".

DIJO SAN JUAN DE LA CRUZ:

"Más quiere Dios de ti el menor grado de pureza de Conciencia que todas esas obras que quieres hacer"


A un compañero que le reprochaba su Penitencia:

"Si en algún tiempo, hermano mío, alguno sea Prelado o no, le persuadiere de Doctrina de anchura y más alivio, no lo crea ni le abrace, aunque se lo confirme con milagros, sino Penitencia y más Penitencia, y desasimiento de todas las cosas, y jamás, si quiere seguir a Cristo, lo busque sin la Cruz".

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viernes, 20 de abril de 2018

SOBRE EL TRÁNSITO, LA ASUNCIÓN Y LA REALEZA DE MARÍA SANTÍSIMA



María coronada por los ángeles como su Reina,
aparece protegiendo a sus hijos bajo su manto.


Descripción de la Stma. Virgen María del misterio de su sublime Asunción a los Cielos, como Madre de la Humanidad explica como la parte más sublime de su alma se unió en un arrobamiento y éxtasis divino ante el trono de Dios, quedando su Cuerpo incorrupto en una misteriosa dormición, hasta que su cuerpo fue llevado por los ángeles para unirse con su alma y como su Hijo, ser una Criatura con su cuerpo glorificado, siendo la primicia de lo que será para los elegidos la Resurrección final, cuando los cuerpos glorificados o corruptos se presentarán ante la Divinidad para el Juicio  final y conocer su eterno destino.
En ese Juicio habrá desaparecido para siempre la señal que puso Yahvé a Caín para ocultar si crimen, es decir que en esos cuerpos resucitados, aparecerán las huellas de sus pecados y de sus virtudes.

Los pecados no perdonados afearán los cuerpos de los condenados que al no amar a Dios, han aborrecido a sus semejantes, y las virtudes de los que han sabido amar, aparecerán con sus cuerpos hermosos, ya que habiendo sabido amar, tuvieron sus pecados perdonados, y sus inclinaciones perversas eliminadas después del lavacro previo a la comparecencia.

Para los que han sabido amar a nuestra Madre celestial, la tendrán por abogada, ya que una madre vela siempre por la salud espiritual de sus hijos, y los defiende de todo peligro.




DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO
DE MARÍA VALTORTA
(14 de Abril de 1.948)


Dice María:
“¿Yo morí? Si, si se quiere llamar muerte a la separación acaecida entre la parte superior del espíritu y el cuerpo; no, si por muerte se entiende la separación entre el alma vivificante y el cuerpo, la corrupción de la materia carente ya de la vivificación del alma y, antes, la lobreguez del sepulcro y, como primera de todas estas cosas, el angustioso sufrimiento de la muerte.
¿Cómo morí, o mejor como pasé de la Tierra al Cielo. Antes con la parte inmortal, después con la perecedera? Como era justo que fuera para la Mujer que no conoció mancha de culpa.
En este anochecer – ya había comenzado el descanso sabático – hablaba con Juan. De Jesús. De sus cosas. Aquella hora vespertina estaba llena de paz. El sábado había apagado  todos los rumores de humanas obras.  Y la hora apagaba toda voz de hombre o de ave. Sólo los olivos de alrededor de la casa, emitían su frufrú con la brisa del anochecer: parecía como si un vuelo de ángeles acariciaba las paredes de la casita solitaria.

Hablábamos de Jesús, del Padre, del Reino de los Cielos. Hablar de la Caridad y del Reino de la Caridad significa encenderse con el fuego vivo, consumir las cadenas de la materia para dejar libre el espíritu en sus vuelos místicos. Si el fuego está contenido dentro de los límites que Dios pone para conservar a las criaturas en la Tierra a su servicio, es posible arder y vivir, encontrando en el fuego no consumación sino perfeccionamiento de vida. Pero cuando Dios quita los límites y deja libertad al Fuego divino de incidir sin medida en el espíritu y de atraerlo a sí sin medida, entonces el espíritu respondiendo a su vez sin medida al Amor, se separa de la materia y vuela al lugar desde donde el Amor le invita: y es el final del destierro y el regreso a la Patria.

Aquel atardecer, el ardor incontenible, a la vitalidad sin medida de mi espíritu, se unió a una dulce postración, una misteriosa sensación de que la materia se alejaba de todo lo que la rodeaba; como si el cuerpo se durmiera, cansado, mientras  el intelecto, avivado más su razonar, se abismara  en los divinos esplendores.
Juan, amoroso y prudente testigo de todos mis actos desde que fue mi hijo adoptivo según la voluntad de mi Unigénito, dulcemente, me persuadió de que buscara descanso en el lecho, y me veló orando. El último sonido que oí en la Tierra fue el susurro de las palabras del virgen Juan. Para mí fueron como la nana de una madre junto a la cuna. Y acompañaron a mi espíritu en el último éxtasis, demasiado sublime como para ser descrito. Acompañaron a mi espíritu hasta el Cielo.
Juan, único testigo de este delicado misterio, me avió. Él solo me avió, envolviéndome en el manto blanco, sin cambiarme de túnica ni de velo, sin lavacro y sin embalsamamiento. El espíritu de Juan – como se ve claro por sus palabras del segundo episodio de este ciclo que va de Pentecostés a mi Asunción – ya sabía que no me iba a descomponer, e instruyó al Apóstol sobre lo que había que hacerse. Y él, casto y amoroso, prudente respecto a los misterios de Dios y a los compañeros lejanos, decidió custodiar el secreto y esperar a los otros siervos de Dios, para que me vieran todavía y sacaran, al verme consuelo y ayuda para las penas y fatigas de sus misiones. Esperó como estando seguro de que llegarían.

Pero el decreto de Dios era distinto. Como siempre, bueno para el predilecto; justo, como siempre, para todos los creyentes. Cargó los ojos del primero, para que el sueño le ahorrara la congoja de ver como se le arrebataba también mi cuerpo; dio a los creyentes otra verdad que les ayudara a creer en la resurrección de la carne, en el premio de una vida eterna y bienaventurada concedida a los justos; en las verdades más poderosas  y dulces del Nuevo Testamento – mi Inmaculada Concepción, mi divina maternidad virginal - ; en la naturaleza divina y humana en mi Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre, nacido no por voluntad carnal sino por desposorio divino y por divina semilla depositada en mi seno; en fin, para que creyeran que en el Cielo está mi corazón de Madre de los Hombres, palpitante de vibrante Amor por todos, justos y pecadores, deseoso de teneros a todos junto a sí, en la Patria bienaventurada, por toda la eternidad.

Cuando los ángeles me sacaron de la casita, ¿mi espíritu había venido a mí? No. El espíritu ya no tenía que bajar de nuevo a la Tierra. Estaba en adoración delante del Trono de Dios. Pero cuando la Tierra, el destierro, el tiempo y el lugar de la separación de mi Señor, Uno y Trino fueron dejados para siempre, entonces el espíritu volvió a resplandecer en el centro de mi alma, despertando a la carne de su dormición; por lo que es cabal hablar, respecto a mí de Asunción al Cielo en alma y cuerpo, no por mi propia capacidad, como sucedió en el caso de Jesús, sino por ayuda angélica. Me desperté de aquella misteriosa y mística dormición, me alcé, en fin volé, porque ya mi carne había conseguido la perfección de los cuerpos glorificados. Y amé. Amé a mi Hijo y a mi Señor, Uno y Trino, de nuevo hallados, los amé cómo es destino de todos los eternos vivientes”.






miércoles, 18 de abril de 2018

III/ LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA



El Cuerpo incorrupto de María es llevado por los
ángeles para unirse con su espíritu. 


La Santísima Virgen María, fue llevada por los ángeles, para volver a unirse con su alma, a los tres días de la separación. De la misma manera que Cristo, que resucitó a los tres días, pero Él como Dios ya glorificado,  y María para volver a unirse con su cuerpo y así poder ser glorificada para tomar posesión de su trono como Reina de los Cielos y de la Tierra.

Al contrario de otros relatos, en este relato de su Gloriosa Asunción solo estuvo presente Juan. El Apóstol virgen del Amor. En los comentarios de María y de Jesús, que publicaremos próximamente, veremos por qué Dios quiso que esté presente, Juan que fue el que recibió de María las explicaciones sobre la fuerza infinita del Amor, que solo pueden comprender, y por lo tanto predicar los místicos, que son los grandes enamorados como San Juan de la Cruz. 



DEL EVANGELIO COMO ME FUE REVELADO DE MARÍA VALTORTA (Tomo 10, Capítulo 650)


¿Cuántos días han pasado? Es difícil establecerse con seguridad. A juzgar por las flores que forman una corona alrededor del cuerpo exánime, debería decir que han pasado pocas horas. Pero si se juzga por las ramas de olivo sobre las cuales están las flores frescas, ramos con hojas ya lacias, y las otras flores mustias puestas – cada una de ellas como una reliquia – sobre la tapa del arca, se debe concluir que ya han pasado algunos días.

Pero el cuerpo de María presenta el aspecto que tenía instantes después de haber expirado. Ninguna señal de muerte hay en su cara, ni en sus pequeñas manos. Ningún olor desagradable hay en la habitación; es más, aletea en ella un perfume indefinible, que huele a mezcla de incienso, lirios, rosas, muguetes y hierbas montanas.
Juan – a saber cuántos días sigue velando – se ha dormido vencido por el cansancio, sentado en el taburete, con la espalda apoyada en la pared, junto a la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la lámpara, colocada en el suelo, le ilumina de abajo hacia arriba y permite ver su rostro cansado, palidísimo, excepto en torno a los ojos, enrojecidos por el llanto.
El alba debe de haber empezado ya; en efecto, su débil claror hace visibles la terraza y los olivos que rodean a la casa, un claror que se va haciendo cada vez más intenso y que, entrando por la puerta, hace más nítidos los contornos de los objetos de la habitación, de esos objetos, que por estar lejos de la lamparita, antes a penas se vislumbraban.

De repente una gran Luz llena la habitación, una Luz argéntea con tonalidades azules, casi fosfóricas; y aumenta sin cesar, anulando la del alba y la de la lamparita. Una Luz igual a la que inundó la gruta de Belén en el momento de la divina Natividad. Luego, en esta Luz paradisiaca, se hacen visibles criaturas angélicas (Luz aún más espléndida en la Luz, ya de por sí poderosísima, que ha aparecido antes), como ya sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores, una danza de centellas de todos los colores surge de sus alas dulcemente agitadas, de las cuales procede un armónico susurro ornado de arpegios, dulcísimo.
Las criaturas angélicas se disponen en corona en torno al lecho, se inclinan hacia él, levantan el cuerpo inmóvil y, en un batir más fuerte de sus alas – que aumenta el sonido que antes existía -, por una abertura que se ha creado prodigiosamente en el techo (como prodigiosamente se abrió el sepulcro de Jesús), se van, llevándose consigo el cuerpo de su Reina, santísimo, sin duda pero aún no glorificado y, por tanto, sujeto a las leyes de la gravedad, sujeción que no tuvo Cristo porque cuando resucitó de la muerta ya estaba glorificado. El sonido producido por las alas angélicas aumenta, y ahora es potente como sonido de órgano.

Juan, que ya - aun permaneciendo adormecido – se había movido dos o tres veces en su taburete, como si le molestaran la gran Luz y el sonido de las alas angélicas, se despierta totalmente por ese potente sonido y por una fuerte corriente de aire que, descendiendo del techo destapado y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que agita las cubiertas del lecho ya vacío y las vestiduras de Juan, y que apaga la lámpara y cierra, con un fuerte golpe, la puerta abierta.
El Apóstol mira a su alrededor, todavía soñoliento, para percatarse de lo que está sucediendo. Se da cuenta de que el lecho está vacío y el techo está descubierto. Intuye que ha tenido lugar un prodigio. Sale corriendo a la terraza y, como por un instinto espiritual, o por llamada celestre, alza la cabeza protegiendo sus ojos con la mano para mirar sin el obstáculo del sol saliente.

Y ve. Ve el cuerpo de María, todavía inerte, e igual en todo a una persona que duerme; le ve subir cada vez más alto, sostenido por la multitud angélica. Como dirigiendo un último saludo, un extremo del manto y del velo se mueven, quizás por la acción del viento producido por la rápida Asunción y por el movimiento de las alas angélicas; y unas flores, las que Juan había colocado y renovado alrededor del cuerpo de María, y que se habían quedado entre los pliegues de las vestiduras, llueven sobre la terraza y la tierra de Getsemaní, mientras el potente himno de alabanza de la multitud angélica se va haciendo cada vez más lejano y, por tanto más leve.
Juan sigue mirando fijamente a ese cuerpo que sube hacia el Cielo y, sin duda, por un prodigio que Dios le concede, para consolarle o premiarle por su amor a su Madre adoptiva, ve, con claridad, que María, envuelta ahora por los rayos del sol, que ya ha salido, sale del éxtasis  que le ha separado el alma del cuerpo, vuelve a la vida y se pone en pie (porque ahora Ella también goza de los dones propios de los cuerpos glorificados).

Juan mira, mira… el milagro que Dios le concede contra la facultad, contra la ley natural, de ver a María como es ahora mientras sube en rapto hacia el Cielo, rodeada, no ya ayudada a subir, por los ángeles que entonan cantos de Júbilo.. Y Juan se ve raptado por esa visión de hermosura que ninguna pluma usada por mano humana, ninguna palabra humana ni obra alguna de artista podrían jamás descubrir o reproducir, porque es de una belleza indescriptible.

Juan permaneciendo apoyado en el antepecho de la terraza, sigue mirando fijamente esa espléndida y resplandeciente forma de Dios – porque realmente puede llamarse así a María, formada de un modo único por Dios, que la quiso Inmaculada para que fuera forma para el Verbo Encarnado – que sube cada vez más. Y un último supremo prodigio concede Dios-Amor a ese perfecto amante suyo de ver el encuentro de la Madre Santísima con su Santísimo Hijo – quien también Él, espléndido y resplandeciente, hermoso, con una hermosura indescriptible – desciende rápido del Cielo, llega junto a su Madre, la abraza junto a su corazón y, juntos más refulgentes que dos astros mayores, con Ella regresa al lugar de donde ha venido.

La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su rostro cansado están presentes el dolor y la perdida de María y el júbilo por su glorioso destino. Pero ahora, el júbilo supera el dolor.
Dice: “¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias! Presentía que tendría que suceder esto. Y quería estar en vela para no perder ningún detalle de su Asunción. ¡Pero llevaba ya tres días sin dormir! El sueño, el cansancio, unidos al dolor, me han abatido y vencido en el momento que era inminente la Asunción… Pero quizás Tú mismo lo has querido, oh Dios, para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado… Sí, sin duda, Tú lo has querido así, de la misma forma que ahora has querido que viera lo que si en un milagro tuyo no habría podido ver. Me has concedido verla otra vez, aún  estando ya muy lejana, ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí. ¡Y ver de nuevo a Jesús! ¡Oh, visión beatísima, inesperada, inesperable! ¡Oh, don de los dones de Jesús-Dios a su Juan! ¡Gracia suprema! ¡Volver a mi Maestro y Señor! ¡Verle a Él junto a su Madre! ¡Él semejante a un sol, y ella a una luna esplendidísimos ambos en su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y eternamente!

¡Qué será el Paraíso, ahora que vosotros resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial? ¿Cuál será el júbilo de los angélicos coros y de los santos? Es tal la alegría que me ha producido el ver a la Madre con el Hijo – cosa que anula toda pena suya, toda pena de ambos -, que también mi pena cesa y en su lugar, en mí entra la paz. De los tres milagros que había pedido a Dios, dos se han cumplido. He visto volver la vida a María, y siento que viene en mí la paz. Todas mis angustias cesan, porque os he visto unidos de nuevo en la gloria. Gracias por ello, oh Dios. 

Y gracias por haberme dado la forma de ver, incluso respecto a una criatura (santísima, pero en todo caso humana), cual es el destino de los santos, cual será después del último juicio y de la resurrección de los cuerpos su nueva unión, su fusión con el espíritu subido al Cielo a la hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer. Porque siempre he creído firmemente en todas las palabras del Maestro. Pero muchos dudarán de que, después de siglos y milenios, la carne, convertida en polvo, pueda volver a ser cuerpo vivo. A estos le podré decir, jurando por las cosas más excelsas, que no solo Cristo volvió a la vida, por su propio poder divino, sino que también la Madre suya, tres días después de la muerte, si tal muerte se puede llamar muerte, reprendió vida y, con la carne unida de nuevo al alma tomó su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo.

Podré decir: “Creed, cristianos todos, en la resurrección de la carne al final de los siglos, y en la vida eterna del alma y de los cuerpos, vida bienaventurada para los santos y horrenda para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, de la misma forma que como santos vivieron Jesús y María, para alcanzar su mismo destino. Yo vi a sus cuerpos subir al Cielo. Os lo puedo testificar. Vivid como justos para poder un día estar en el nuevo mundo eterno, en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y junto a María, Estrella de todas las estrellas”. ¡Gracias otra vez, oh Dios! Y ahora recojamos todo lo que queda de Ella. Las flores que han caído de sus vestiduras, las ramas de olivo que han quedado en su lecho, y conservémoslos. Servirán... sí, servirán para ayudar y consolar a mis hermanos, en vano esperados. Antes o después los encontraré… “.

Recoge incluso los pétalos de las flores que se han deshojado al caer. Y con las flores y los pétalos en un extremo de su túnica, entra en la habitación.
Advierte entonces más atentamente la abertura del techo y exclama: “¡Otro prodigio! ¡Y otro admirable paralelismo en los prodigios de la Vida de Jesús y María! Él, Dios, por sí solo resucitó, y solo con su voluntad volcó la piedra del Sepulcro, y solo con su poder ascendió al Cielo. Por sí solo. Para María, santísima, pero hija de hombre, con ayuda angélica se abrió la vía para su asunción al Cielo. En Cristo el Espíritu volvió a animar el Cuerpo mientras el Cuerpo estaba todavía en la Tierra, porque así debía ser, para hacer callar a sus enemigos y confirmar en la fe a todos sus seguidores. En María el espíritu ha vuelto cuando el santísimo cuerpo estaba ya en el umbral del Paraíso, porque para Ella no era necesaria ninguna otra cosa. ¡Oh, Potencia perfecta de la Infinita Sabiduría de Dios!… “.

Juan recoge ahora en una tela las flores y las ramas que han quedado en el lecho, une a ello lo que había recogido afuera. Y pone todo encima de la tapa del arca. Luego abre el arca y pone dentro la almohadilla de María y la cubierta de la cama. Baja a la cocina, recoge otros objetos usados por Ella – el huso y la rueca y las piezas de la vajilla usada por Ella – y los une a las otras cosas.

Cierra el arca y se sienta en el taburete. Exclama: “¡Ahora todo está cumplido también para mí! ¡Ahora puedo marcharme libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca! ¡Ir a sembrar la divina palabra que el Maestro me ha dado para que yo se la dé a los hombres!  Enseñar el Amor. Enseñarlo para que crean en el Amor y en su poder. Dar a conocer a los hombres lo que Dios-Amor ha hecho por ellos. Su Sacrificio  y su Sacramento y Rito perpetuo, por los que, hasta el final de los siglos, podremos estar unidos a Jesucristo por la Eucaristía y renovar el rito y el sacrificio como Él mandó hacer, ¡Dones, todos ellos del amor perfecto! Hacer amar al Amor , para que crean en el Amor como nosotros hemos creído y creemos. Sembrar el Amor para que sea abundante la recolección y la pesca para el Señor.

María me ha dicho en sus últimas palabras que el Amor todo lo obtiene; en sus últimas palabras a mí, a quien Ella cabalmente ha definido, en el colegio apostólico, como el que ama, el amante por excelencia, la antítesis de Judas Iscariote, que fue el odio; como Pedro la impulsividad y Andrés la mansedumbre, y los hijos de Alfeo la santidad y sabiduría unidas a nobleza de modos, etc. 

Yo, el amante, ahora que ya no tengo ni al Maestro ni a la Madre, a quienes amar en la Tierra, iré a esparcir el Amor entre las gentes. El Amor será mi arma y doctrina. Y con él venceré al demonio y al paganismo, y conquistaré a muchas almas. Continuaré así a Jesús y a María, que fueron el Amor perfecto en la Tierra”.









martes, 17 de abril de 2018

II / EL BEATO TRÁNSITO DE MARÍA SANTÍSIMA A LOS CIELOS



Por su beato tránsito, María va a pasar de ser Madre de Dios y además a ser Madre de toda la Humanidad.



 EL BEATO TRÁNSITO DE LA VIRGEN MARÍA


La inmensa importancia del Amor del alma, que cuando es perfecto, es atraído por Dios, como un poderoso imán, ya que el Amor es unitivo, por eso el Espíritu de María es raptado antes que su Cuerpo incorrupto. 

MARÍA VA A PASAR DE SER MADRE DE DIOS, Y DEL APÓSTOL JUAN, A SER ADEMÁS LA MADRE DE TODA LA HUMANIDAD. COMO JESÚS TIENE UNA NATURALEZA HUMANA QUE SEGUIRÁ SUFRIENDO POR SUS HIJOS TERRENALES, Y UNA NATURALEZA DIVINA POR ADOPCIÓN, QUE ESTÁ EN PERFECTA GLORIA DE DIOS. POR ESO, PUEDE SER MEDIANERA DE TODAS LAS GRACIAS DE DIOS.



DEL EVANGELIO COMO ME HA SIDO REVELADO DE MARÍA VALTORTA.


[…] “¡No sigas llorando!” exclama María, mirando a la cara desencajada, enteramente bañada en lágrimas del Apóstol. Y añade: “Si voy a conservarme como soy ahora, no me perderás. ¡Así que no te angusties!”.
“Te perderé de todas formas. Aunque permanezcas incorrupta. Y me siento como atrapado en un huracán de dolor, un huracán que me quebranta y me abate.  Tú eras mi todo, especialmente desde la muerte de mis padres y desde que los otros hermanos, de sangre y de misión están lejos, incluido el queridísimo Margziam al que Pedro ha tomado consigo. ¡Ahora me quedaré solo, y en medio de la más fuerte tempestad!”, y Juan cae a sus pies, llorando aún más fuertemente.
María se agacha hacia él, le pone una mano sobre la cabeza, que se mueve por los sollozos y le dice: “No, así no. ¿Por qué me das dolor? Tan fuerte como fuiste al pie de la Cruz… ¡y era una escena de terror sin igual, por la intensidad del martirio y por el odio satánico del pueblo! ¡Tan fuerte, tan consolador para Él  y para mí, en aquel momento… ¿¡Y hoy, en el atardecer de un sábado tan sereno y sosegado. Y ante mí, que exulto por el inminente gozo que presiento, te turbas de esa manera!? Cálmate. Imita a todo lo que nos rodea, a todo lo que está cerca de mí: es más, únete a ello. Todo es paz. Ten paz tú también. Solo los olivos rompen, con su leve frufrú, la calma absoluta de esta hora. Pero, ¡es tan dulce este susurro, que parece un vuelo de ángeles en torno a la casa! Y quizás están realmente los ángeles, porque siempre los ángeles estuvieron cerca de mí, uno o muchos, cuando me encontraba en un momento especial de mi vida. Estuvieron  en Nazaret cuando el Espíritu de Dios hizo fecundo mi seno virgen. Y estuvieron con José cuando estuvo turbado y titubeante por mi estado y respeto a cómo comportarse conmigo. Y en Belén en dos ocasiones: cuando nació Jesús y cuando tuvimos que huir a Egipto. Y en Egipto cuando nos dieron la orden de volver a Palestina […]

También en este atardecer, siento, aunque no lo vea, a los ángeles en torno a mí. Y siento que crece en mí, dentro de mí, la Luz, una irresistible Luz, como la que recibí cuando concebí al Cristo, cuando lo di al mundo; Luz que viene de un impulso  de amor más poderoso que el habitual en mí. Por una potencia de amor similar a esta, arrebaté antes del tiempo, del Cielo, al Verbo, para que fuera el Hombre y Redentor. Por una potencia de amor como la que me acomete en este anochecer, espero ser raptada por el Cielo y que el Cielo me lleve a ese lugar donde quiero ir con mi espíritu para cantar eternamente, con el pueblo de los Santos y los coros de los ángeles, mi imperecedero “Magnificat” a Dios por las grandes cosas que ha hecho en mí, su sierva”.

“No sólo con el espíritu, probablemente, dice Juan. Y a ti te responderá la Tierra, la cual con sus pueblos y naciones te glorificará y te honrará mientras el mundo exista, como bien predijo, aunque veladamente de ti Tobit, porque la que verdaderamente ha llevado en sí al Señor eres tú, Tu has dado a Dios, tu sola tanto amor, como no le han dado todos los sumos sacerdotes y todos los otros del Templo en siglos y siglos. Un amor ardiente y purísimo. Por eso, Dios te hará beatísima”.

“Y cumplirá mi único deseo, mi única voluntad. Porque el amor, cuando es tan total, que es casi perfecto como el de mi Hijo y Dios, todo lo obtiene, incluso lo que para el juicio humano parecería imposible de obtener. Recuerda esto, Juan, Y di también esto a tus hermanos. ¡Seréis muy hostigados! Obstáculos de todo tipo os harán temer una derrota, matanzas por parte de los perseguidores, deserción por falta de cristianos de moral… iscariótica, deprimirán vuestro espíritu. No temáis. Amad y no temáis.

En la proporción de vuestra forma de amar Dios os ayudará y os hará triunfar sobre todo y sobre todos. Todo obtiene el que se hace serafín. Entonces el alma, esa admirable, eterna cosa que es el mismo soplo de Dios, por Él infundido en nosotros, se proyecta poderosamente hacia el Cielo, cae como llama a los pies del divino trono, habla con Dios, y es escuchada por Dios, y obtiene del Omnipotente lo que desea.

Si los hombres supieran amar como ordena la antigua Ley y como amó y enseñó amar a mi Hijo, todo lo obtendrían. Yo amo así. Por eso siento que dejaré de estar en la Tierra, yo por exceso de amor, como Él murió por exceso de dolor. La medida de mi capacidad de amar está colmada. ¡Mi alma y mi carne no pueden ya contenerla! El amor rebosa de ellas, me sumerge y al mismo tiempo me eleva hacia el Cielo, hacia Dios, mi Hijo. Y su voz me dice: “¡Ven! ¡Sal! ¡Sube a nuestro trono y a nuestro trino abrazo”. ¡La Tierra, todo lo que me rodea, desaparece en la gran Luz que del Cielo me viene! ¡Los sonidos quedan cubiertos  por esta voz celestial! ¡Ha llegado para mí la hora del abrazo divino. Juan mío!”.

Juan, que escuchando a María se había calmado un poco, aunque parecía turbado, y que en la última parte de sus palabras la miraba extático, casi arrobado también él, palidísimo su rostro como el de María, cuya palidez de todas formas se va lentamente transformando en luz blanquísima, acude a ella para sujetarla mientras exclama: “¡Tu aspecto es como el de Jesús cuando se transfiguró en el Tabor! ¡Tu carne resplandece como luna, tus vestidos relucen como lastra de diamante colocada frente a una llama blanquísima! ¡La pesantez y la opacidad de la carne han desaparecido! ¡Eres luz! Pero no eres Jesús. Él, siendo Dios además de Hombre, podía sostenerse por sí solo en el Tabor, como aquí en el monte de los olivos en su Ascensión. Tú no puedes. No te sostienes. Ven. Te ayudo a reclinar en tu lecho tu cuerpo rendido y bienaventurado. Descansa”. Y, amorosamente la lleva hasta el modesto lecho sobre el que María se extiende sin quitarse siquiera el manto.

Recogiendo los brazos sobre el pecho, celando sus dulces ojos, fúlgidos de amor, con sus párpados, dice a Juan, que está inclinado hacia ella: “Yo estoy en Dios, y Dios está en mí. Mientras le contemplo y siento su abrazo, di los salmos y todas las otras páginas de la Escritura que a mí se aplican especialmente en este momento. El Espíritu de Sabiduría te las indicará. Recita luego la oración de mi Hijo, repíteme las palabras del Arcángel anunciador y las que me dijo Isabel, y mi himno de alabanza… Yo te seguiré con todo lo que de mi tengo todavía en la Tierra…”.

Juan, luchando contra el llanto que le sube del corazón, esforzándose en dominar la emoción que le turba, con esa bellísima voz suya que con el paso de los años se ha hecho muy semejante a la de Cristo – Lo cual observa María con una sonrisa, diciendo: “¡Me parece que tengo a mi lado a mi Jesús!” – entona el salmo 118 (lo recita casi por entero), luego los tres versículos del 41, los ocho primeros del 38, el salmo 22 y el salmo 1. Dice luego el Padrenuestro, las palabras de Gabriel y de Isabel, el cántico de Tobit, el capítulo 24 del Eclesiástico, desde el 11 al 46; por último entona el Magnificat. Pero al llegar al noveno verso, se da cuenta de que María ya no respira, aun permaneciendo  con postura y aspecto naturales; sonriente, calma, como si no hubiera advertido el cese de la vida.

Juan, con un grito de desgarro, se arroja al suelo, contra la orilla del lecho; y llama, llama a María. No puede persuadirse de que Ella ya no puede responderle; de que su cuerpo ya no tiene el alma vital. ¡Pero claro, tiene que rendirse a la evidencia! Se inclina hacia su cara que ha quedado fija en una expresión de gozo sobrenatural, y copiosas lágrimas llueven de los ojos de Juan para caer sobre ese rostro delicado, sobre esas manos puras tan dulcemente cruzadas sobre el pecho. Es el único lavacro que recibe el cuerpo de María: el llanto del Apóstol del Amor, de su hijo adoptivo por voluntad de Jesús.

Pasado el primer ímputo de dolor, Juan, recordando el deseo de María, recoge los extremos del amplio manto de lino, que pendían de las orillas del lecho y los del velo, que penden de la almohada, y extiende los primeros sobre el cuerpo y los segundos sobre la cabeza. María ahora asemeja a una estatua de cándido mármol extendida sobre la tapa de un sarcófago. Juan la contempla durante largo tiempo, y, mirándola, nuevas lágrimas caen de sus ojos.
Luego dispone de otra manera la habitación, quitando los enseres superfluos. Deja solo, la cama; la pequeña mesa contra la pared, sobre la que deposita el arca que contiene las reliquias, un taburete que coloca entre la puerta que da a la terraza y el lecho donde yace  María; y una repisa sobre la que está una lamparita que Juan ha encendido (porque ya va llegando la noche).

Presuroso, baja al Getsemaní para recoger todas las flores  que puede encontrar, y ramas de olivo ya con olivas formadas. Vuelve a subir al pequeño cuarto y, a la luz de la lamparita, coloca las flores y las ramas alrededor del cuerpo de María; y el cuerpo queda como en el centro de una gran corona.
 Mientas realiza esto, habla con María  yacente, como si pudiera oírle. Dice: “Fuiste siempre lirio de los valles, rosa suave, oliva especiosa, viña fructífera, espiga santa. Nos has dado tus perfumes, el óleo de la Vida y el Vino de los fuertes y el Pan que preserva de la muerte al espíritu de quienes de él dignamente se nutren. Bien están en torno a ti estas flores, como tú, sencillas y puras, como tú, adornadas de espinas, como tú pacíficas. Ahora acercamos esta lamparita. Así, junto a tu lecho, para que te vele y me haga compañía mientras te velo, en espera de al menos uno de los milagros que espero, de los milagros por cuyo cumplimiento oro.

El primero es que, según su deseo, Pedro y los otros a los que mandaré avisar a través del servidor de Nicodemo, puedan verte todavía una vez. El segundo es que tú, de la misma forma que en todo seguiste la suerte de tu Hijo, como Él te despiertes el tercer día, para no hacer de mí el dos veces huérfano. El tercero es que Dios me de paz, si no se cumpliera lo que espero que en ti se cumpla, como se cumplió en Lázaro, que no era como tú. Pero, ¿y porque no iba a cumplirse? Regresaron a la vida la hija de Jairo, el joven de Naím, el hijo de Teófilo… Verdad es que entonces, obró el Maestro… Pero Él está contigo, aunque no en modo visible. Y tú no has muerto por enfermedad, como los resucitados por orden de Cristo. 

¿Pero tú, realmente has muerto? ¿Has muerto como todo hombre muere? No. Siento que no. Tu espíritu no está ya en ti, en tu cuerpo y en ese sentido esto tuyo podría llamarse muerte. Pero, por el modo que en tu tránsito ha sucedido. Pienso en que esto no es sino una transitoria separación de tu alma. Sin culpa y llena de gracia, de tu purísimo y virginal cuerpo. ¡Debe de ser así! ¡Es así! Cómo y cuando tendrá lugar de nuevo la unión y la vida volverá a ti, no lo se. Pero estoy tan seguro de ello, que me quedaré aquí, a tu lado, hasta que Dios, o sea con su palabra o con su acción, me muestre la verdad sobre tu destino”.
Juan, que ha terminado de colocar todas las cosas, se sienta en el taburete, poniendo en el suelo, junto al lecho, la lamparita; y contempla orando a María yacente....








sábado, 14 de abril de 2018

I / EL BEATO TRÁNSITO DE MARÍA SANTÍSIMA VISIÓN DE MARÍA VALTORTA DEL 21-11-1.951.

María es la única Criatura juzgada digna
de ser la Madre de Dios





EL TRÁNSITO DE MARÍA SANTÍSIMA A LOS CIELOS
I/ Recomendaciones de María para la Iglesia; preparación
para la comparecencia ante la Divinidad.


María en su pequeño cuarto solitario situado arriba en la terraza, vestida enteramente de cándido lino (…), está ordenando sus vestidos y los de Jesús, que siempre ha conservado. Elije los mejores. Estos mejores son pocos. De los suyos, toma la túnica y el manto que tenía en el Calvario; de los de su Hijo toma la túnica de lino que Jesús acostumbraba llevar en los días veraniegos y el manto encontrado en el Getsemani, todavía manchado de la sangre brotada con el sudor sanguíneo de aquella hora tremenda.
Dobla bien estos indumentos. Besa el manto ensangrentado de su Jesús, y se dirige hacia el arca en la que están, desde hace años, recogidas y conservadas las reliquias de la última Cena y de la Pasión. Las reúne en una única parte, la superior, y pone todos los indumentos en el inferior
[…] “He ordenado todo lo que conviene conservar. Todos los recuerdos… Todo lo que constituye un testimonio de su amor y dolor infinitos”.
“¿Por qué Madre, volverte a abrir las heridas del corazón, viendo de nuevo ess cosas tristes? Sufres viéndolas, porque estás pálida y tu mano tiembla” le dice Juan acercándose a ella, como temiendo que – tan pálida y temblorosa como está – pueda sentirse mal y caer al suelo.

“¡Oh, no es por eso por lo que estoy pálida y tiemblo! No es porque se me abran de nuevo las heridas… que, en verdad, nunca se han cerrado completamente. En realidad, siento en Mí paz y gozo, una paz y un gozo que nunca han sido tan completos como ahora”.
“¿Nunca como ahora? No entiendo…  A mí, ver esas cosas, llenas de atroces recuerdos, me hace renacer la angustia de aquellas horas. Y yo solo soy un discípulo suyo, Tu eres su Madre…”.
[…] Desgarrador fue el dolor de la separación que siguió a su muerte, pero ¿Con que palabras podré expresar el gozo que sentí, cuando se me apareció resucitado? Inmensa fue la pena de la separación por su regreso al Padre, una pena sin término hasta el final de mi vida terrestre, Ahora experimento el gozo, inmenso el gozo como inmensa ha sido la pena, porque siento que mi vida toca a su fin, He hecho cuanto debía hacer. He terminado mi misión terrena. La otra, la celeste, no tendrá fin. Dios me ha dejado en esta Tierra hasta que he consumado yo también como mi Jesús – todo lo que debía consumar. Y tengo dentro de Mí, una secreta alegría –única gota de bálsamo en medio de sus amarguísimos finales y atroces sufrimientos – que tuvo Jesús cuando pudo decir: “Todo está consumado”.
“¿Alegría en Jesús, en aquella hora? “.
“Sí, Juan. Una alegría incomprensible para los hombres, pero comprensible para los espíritus que ya viven en la Luz de Dios y ven las cosas profundas, escondidas por los velos que el eterno corre sobre sus secretos de Rey, gracias a esa Luz, Yo, tan angustiada como estaba, profundamente turbada por lo que estaba sucediendo, asociada a Él, a mi Hijo, en el abandono en las manos del Padre, no comprendí en esos momentos. La Luz se había apagado para el mundo para todo que no había querido acoger, Y también para Mí. No por un justo castigo, sino porque, debiendo ser la Corredentora, yo también tenía que padecer la Angustia del abandono de los consuelos divinos, la tiniebla, la desolación, la tentación de Satanás de que no creyera ya posible lo que Él había dicho; Todo lo que Él padeció en el Espíritu desde el Jueves  hasta el Viernes. Pero luego comprendí. Cuando la Luz, resucitada para siempre, se me apareció, comprendí. Todo, incluso la secreta alegría final de Cristo cuando pudo decir: “Todo lo que el Padre quería que llevara a cabo lo he cumplido. He colmado la medida de la Caridad Divina amando al Padre hasta el sacrificio de si mismo. Amando a los hombres hasta morir por ellos. Todo lo que debía llevar a cabo lo he cumplido. Muero, lacerado en mi carne inocente, pero contento en mi espíritu”.

Yo también he cumplido lo que ab aeterno, estaba escrito que cumpliera. Desde la Generación del Redentor hasta la ayuda a vosotros, sus sacerdotes, para que os formarais perfectamente […]
Porque la vida de Jesús, y también la mía, estuvieron siempre guiadas y movidas por el amor. Ninguno fue rechazado por nosotros, a todos les perdonamos; solo a uno no pudimos otorgarle el perdón, porque él, siendo ya esclavo del Odio, no quiso nuestro Amor sin límites. Jesús en su último amor antes de la muerte, os mandó que os amareis los unos a los otros. Y os dio incluso la medida del amor que debíais tener, diciéndoos: “Amaos los unos a los otros como Yo os he amado. Por esto se sabrá que sois mis discípulos”.

La Iglesia para vivir y crecer tiene necesidad de la Caridad. Caridad sobre todo en sus ministros. Si no os amareis entre vosotros con todas vuestras fuerzas y, de la misma manera no amarais a vuestros hermanos en el Señor, la Iglesia se haría estéril y raquítica, y escasa sería la nueva creación y la supercreación de los hombres, para el grado de Hijos del Altísimo y coherederos del Reino de los Cielos, porque Dios dejaría de ayudaros en vuestra misión, Dios es Amor, todos sus actos han sido actos de Amor. Desde la Creación hasta la Encarnación, desde esta hasta la Redención, desde esta a su vez hasta la fundación de la Iglesia y, en fin desde esta hasta la Jerusalén celestial que recogerá a todos los justos para que exulten en el Señor. “Te digo a ti estas cosas porque eres el Apóstol del Amor y lo puedes comprender mejor que los otros…”.

[…] Porque yo sé que el Amor es, para cualquier que lo use, fuerza, luz, imán que atrae hacia arriba, fuego que purifica y hace hermoso todo lo que enciende, y transforma y transhumana a todos los que ciñe en su abrazo. “Sí, el Amor es realmente llama. Es llama, que aun destruyendo todo lo caduco, hace de ello – aunque se trate de un deshecho, un detrito, un despojo de hombre – un espíritu purificado y digno del Cielo. ¡Cuántos desechos, cuántos hombres manchados, corroídos, acabados, encontraréis en vuestro camino de evangelizadores! No despreciéis a ninguno de ellos. Antes, al contrario, amadlos, para que nazcan al Amor y se salven. Infundid en ellos la caridad. Muchas veces el hombre se hace malo porque nadie le amó o le amó mal. Vosotros, amadlos para que el espíritu Santo vaya de nuevo a vivir – después de la purificación – en esos tiempos vaciados y ensuciados por muchas cosas.
Dios, para crear al hombre no tomó un ángel, ni materia selecta; tomó barro, la materia más abyecta. Luego, infundiendo en ella un soplo o sea, otra vez su Amor, elevó la materia abyecta al excelso grado de hijo adoptivo de Dios.
Mi Hijo, en su camino, encontró muchos seres humanos caídos en el fango, y que eran verdaderos despojos. No los pisó con desprecio. Al contrario, con Amor los recogió y acogió, y los transformó en elegidos del Cielo. Recordad esto siempre. Y actuad como Él actuó.

[…] Y el propio Espíritu, hablando en los hijos del Señor de nuevo creados, los fortalecerá de tal manera, que para ellos será dulce el morir entre tormentos, padecer el destierro y la persecución, con tal de confesar su Amor a Cristo y unirse a Él en el Cielo, como ya hicieron Esteban y Santiago, mi Santiago y otros más… Cuando estés solo, salva esta arca…”.
Juan, palideciendo y turbándose, más pálido aun de lo que se puso cuando María le dijo que siente cumplida su misión, la interrumpe exclamando y preguntando: “¡Madre!! ¿Por qué dices esto? ¿Te sientes mal?”.
“No”
“¡Entonces es que quieres dejarme?”.
“No. Estaré contigo mientras esté en la Tierra. Pero prepárate, Juan mío a estar solo”. […] Todo en mi vida ha sido voluntad de Dios, y obediencia mía a su voluntad. Pero esta, la voluntad de querer unirme de nuevo a Jesús, es voluntad del todo mía. ¡Dejar la Tierra por el Cielo, para estar con Él eterna y continuamente! ¡Mi deseo de hace ya muchos años! Y ahora siento que próximamente se va a hacer realidad. ¡No te turbes  de esa manera, Juan! Escucha más bien mis últimos deseos, Cuando mi cuerpo, ausente ya de él el espíritu vital, yazca en paz, no me sometas a los embalsamamientos habituales entre los hebreos. Ya no soy la hebrea, sino la cristiana, la primera cristiana, si bien se piensa, porque fui la primera que tuvo a Cristo, Carne y Sangre en Mí, porque fui su primer discípulo, porque fui con Él Corredentora y continuadora suya aquí, entre vosotros, siervos suyos. Ningún ser humano, excepto mi padre y mi madre y los que asistieron a mi nacimiento, vio mi cuerpo. Tú a menudo me llamas Arca verdadera que contuvo a la Palabra divina”. Ahora bien, tú sabes que solo el Sumo Sacerdote puede ver el Arca. Tú eres sacerdote y mucho más santo y puro que el Pontífice del Templo. Pero yo quiero que sólo el eterno Pontífice pueda ver, a su debido momento, mi cuerpo. Por eso, no me toques. Además… ya ves que me he purificado y me he puesto la túnica pura, el vestido de los esponsales eternos… Pero ¿por qué lloras, Juan?”.













sábado, 7 de abril de 2018

VISIÓN DE MARÍA VALTORTA: SINIESTRA REUNIÓN DE JUDAS CON EL SANEDRÍN PARA PREPARAR LA ENTREGA DE JESÚS.



JUDAS ENTREGÓ A JESÚS PORQUE EL SANEDRÍN LE PROMETIÓ
UN PUESTO PREFERENTE EN SU ASAMBLEA
FUE UN PECADO DE SOBERBIA


Extraordinaria visión de María Valtorta sobre la reunión secreta de Judas con miembros del Sanedrín, que le prometen ser considerado como el Liberador de Israel, que estaba profetizado en las escrituras para eliminar a Jesús que era el supuesto hereje que iba a acabar con el Judaísmo. En realidad, temiendo la reacción del Pueblo por las probables denuncias de Judas acerca del complot para asesinar a Jesús, el Sanedrín también tiene previsto asesinar a Judas.

Las Conversaciones de Judas con los criminales miembros del Sanedrín, demuestran claramente que Judas deseaba la muerte de Jesús, ya que esperaba de Él una posición destacada en este mundo, y al creer que se la iba a dar el Sanedrín, accede a entregarlo, he oído predicadores que afirman que Judas era una persona normal, cuando el Evangelio afirma que robaba dinero y que llevaba una vida disoluta. Fue después cuando se enteró del engaño, cuando el Sanedrín no le dio la gloria que buscaba, que aplastado por el remordimiento de la traición, que devolvió el dinero y se suicidó, si hubiera ido a pedir perdón al pié de la cruz, hubiera salvado su alma, Jesús le hubiera dicho: "¿Has venido a pedir perdón? ¡aquí lo tienes!,  y le hubiera dicho las mismas palabras que a Juan: Ahí tienes a tu Madre, y a María; ahí tienes a tu hijo", dice Jesús que el mundo está tan corrompido, que este hecho era inconcebible.





JUDAS ISCARIOTE SE REÚNE CON EL SANEDRÍN PARA ENTREGAR A JESÚS 
(29 de Marzo de 1.947)

Judas llega a la casa que Caifás tiene en el campo. Pero hay luna, una luna que hace de cómplice al asesino, iluminándole el camino. Debe de estar bien seguro de encontrar allí, en aquella casa de fuera de las murallas, a quienes busca, porque en el caso contrario, pienso que habría entrado en la ciudad e ido al templo, sin embargo sigue seguro  entre los olivos del pequeño collado.
[…] Ya está Judas delante de la puerta de la casa, que albea con la luz de la luna. Llama. Tres golpes, un golpe, tres golpes, dos golpes. ¡Sabe a las mil maravillas hasta la señal convenida! Y debe de ser una señal segura, porque la puerta se entreabre sin que previamente el portero mire por la ventanilla practicada en la puerta.

Judas se introduce rápidamente y, al criado portero que le saluda con deferencia, le pregunta:”¿La asamblea está reunida?”.
“Si, Judas de Keriot. Podría decir que está completa”.
“Llévame a ellos. Tengo que hablar de cosas importantes. ¡Rápido!”.
El hombre cierra con todos los cerrojos la puerta y precede a Judas por el pasillo semioscuro. Se para ante una pesada puerta y llama. El rumor de las voces cesa en la sala cerrada y es sustituido por el ruido de la cerradura y el chirríar de la puerta que al abrirse proyecta un cono de luz viva en el pasillo oscuro.
"¿Tú?, ¡entra! dice el que ha abierto la puerta (no se quien es). Y Judas entra en la sala mientras el que la ha abierto cierra con llave de nuevo.
Hay una reacción de estupor, o por lo menos de turbación, al ver entrar a Judas. Pero le saludan en coro. “La paz a ti Judas de Simón”.
“La paz a vosotros, miembros del Sanedrín santo” saluda Judas.
“Acércate. ¿Qué quieres?” le `preguntan.
“Deciros algo…Hablaros de Cristo. Ya no es posible seguir así. Yo ya no puedo seguir sirviéndoos de ayuda, si no os decidís a tomar decisiones extremas. Ese hombre ya sospecha”.
“¿Te has dejado descubrir, necio?” le interrumpen.
“No. Necios vosotros, vosotros que por una estúpida prisa habéis dado pasos errados. ¡Bien sabíais que os habría servido! No os habéis fiado de mí”.
“¡Tienes memoria lábil Judas de Simón! ¿No recuerdas como nos dejaste la última vez? ¿Quién podría pensar que nos eras fiel, a nosotros proclamando de esa manera que no podías traicionarle?” dice Elquías, irónico, más que nunca serpentino.

“¿Y creéis que es fácil llegar a engañar a un amigo, el único que verdaderamente me ama, al Inocente?” ¿Creéis que es fácil llegar al delito?” Judas está ya turbado.
Tratan de calmarle. Emplean la lisonja. Y le seducen. O al menos tratan de seducirle, haciéndole observar que eso suyo no es un delito. “sino – esto dicen –una obra santa para con la Patria, a la que evita represalias de los dominadores, que dan ya señales de intolerancia por esas continuas agitaciones  y divisiones de partidos y de la gente en una provincia romana; y para con la Humanidad, si es que – le dicen – está verdaderamente convencido de la naturaleza divina del Mesías y de su misión espiritual”.

“Si es verdad lo que Él dice – lejos de nosotros el creerlo - ¿no eres tú el colaborador de la Redención? Tu nombre estará asociado al suyo por todos los siglos venideros. Y la Patria te contará entre los suyos, y te honrará con los más altos cargos. Tienes preparado un sitial entre nosotros. Subirás, Judas. Darás leyes a Israel-¡No olvidaremos lo que hiciste por el bien del sacro Templo, del sacro Sacerdocio, por la defensa de la Ley santísima, por el bien de toda la Nación! Solamente ayúdanos. Y luego – te lo juramos, te lo juro yo en el nombre del poderoso padre mío y de Caifás. Que lleva el efod - , tú serás el hombre más grande de Israel. Más que los Tetrarcas, más que mi propio padre, ya relevado como Pontífice. Como un rey serás servido, como un profeta serás escuchado. Y si luego, Jesús de Nazaret no fuera más que un falso Mesías – aunque en realidad, no se le podría condenar a muerte, porque sus acciones no son las de un bandolero sino las de un demente - , te recordamos las palabras inspiradas de Caifás pontífice – tú sabes que quien lleva el efod y el racional habla por inspiración divina y profetiza el bien y lo que hay que hacer para el bien -, Caifás, ¿recuerdas?, Caifás dijo: “Conviene que un hombre muera por el pueblo y no perezca toda la Nación. Fueron palabras de profecía”.
“Es verdad, lo fueron. El Altísimo habló por boca del Sumo Sacerdote. ¿Sea obedecido!” dicen en coro – sin duda con teatralidad y como autómatas que deben hacer esos determinados gestos – esas ruines marionetas de los miembros del gran consejo del Sanedrín.

Judas está sugestionado, seducido… pero todavía una pequeña raíz de buen sentido, sino de bondad, queda en él, y le retiene para no pronunciar las palabras fatales.

Rodeándole con deferencia, con simulado afecto, le apremian; “¿No nos crees?” Mira: somos los jefes de las veinticuatro familias sacerdotales, los ancianos del Pueblo, los escribas, los más encumbrados Fariseos de Israel, los sabios rabies, los magistrados del Templo. Lo más selecto de Israel está aquí, entorno aquí y estamos dispuestos a aclamarte, y a una voz te decimos: “Has esto que es santo”.

“¿Gamaliel dónde está? ¿José y Nicodemo, dónde están? ¿Dónde está Eleazar el amigo de José; dónde Juan de Gahás? No los veo”.
“Gamaliel haciendo una fuerte penitencia; Juan con su mujer. Que está encinta y está mal esta noche; Eleazar, no sabemos por qué no ha venido, pero cualquiera puede sentirse mal de improviso, ¿no te parece? Respeto a José y Nicodemo no los hemos avisado de esta reunión secreta, por amor a ti, por cuidado de tu honor… Para qué en el infortunado  caso de que el asunto fallara, tu nombre no fuera referido al Maestro… Nosotros tutelamos tu nombre. Nosotros te amamos, Judas, nuevo Macabeo   salvador de la Patria”.
”Macabeo combatió la buena batalla. Yo… cometo una traición”.

“No observes las particularidades del acto, sino la justicia del fin. Habla tú, Sadoq, escriba de oro. De tu boca fluyen valiosísimas  palabras. Si Gamaliel es docto, tu eres sabio, porque en tus labios está la sabiduría de Dios. Háblale tú a este que todavía vacila”.
Este mal bicho de Sadoq se acerca, y con él el decrépito Cananías: un zorro esqueletado y moribundo junto a un astuto chacal fuerte y feroz.

“¡Escucha, hombre de Dios!” empieza pomposamente Sadoq tomando una pose inspirada y retórica: el brazo derecho ciceronamente extendido hacia adelante; el izquierdo ocupado a sujetar todo ese bagaje de pliegues que constituye su vestidura de escriba. Y ahora levanta también el brazo izquierdo, dejando que su monumento de vestiduras se desarregle y desordene, y así ambos brazos y cara alzados hacia el techo de la estancia, dice con voz potente: “¡Yo te lo digo! ¡Te lo digo ante la Altísima presencia de Dios!”.

“Maran – Athá” hacen coro todos inclinándose como si un soplo supremo les plegara, para enderezarse luego con los brazos recogidos sobre el pecho.
“Yo te lo digo: ¡Está escrito en las páginas de nuestra historia y de nuestro destino! ¡Está escrito en los signos y las figuras transmitidas por los siglos! ¡Está escrito en los ritos que no conoce interrupción desde aquella noche fatal para los egipcios! !Está escrito en la figura de Isaac! ¡Está escrito en la figura de Abel!. Y… lo que está escrito, cúmplase.

“Maran – Athá” dicen los otros haciendo coro, un coro bajo y lúgubre, sugestionador con los gestos de antes, iluminadas caprichosamente sus caras por la luz de las dos lámparas encendidas en los extremos de la sala, unas lámparas de mica palidamente violácea que emanan una luz fantasmagórica. Y verdaderamente esta reunión de hombres, casi todos vestidos de blanco, con las coloraciones pálidas o trigueñas de su raza, ahora aún más pálidos y trigueños por la luz difusa, parece realmente una reunión de espectros.
“La palabra de Dios ha descendido a los labios de los profetas para signar el decreto. ¡Debe morir! ¡Está escrito!”.
“¡Está escrito! “¡Maran – Athá!”.
“Debe morir, su suerte está signada!”.
“Debe morir. “¡Maran – Athá!”.
”Su destino fatal está escrito hasta en sus más pequeños detalles. ¡Y el signo no se quebranta!”.
“¡Maran – Athá!”.
Hasta está escrito el precio simbólico que se entregará al que se haga instrumento de Dios para el cumplimiento de la promesa”,
“¡Está establecido! “¡Maran – Athá!”.
“¡Como Redentor o como falso profeta. Él debe morir!”.
“Debe morir. “¡Maran – Athá!”.
“¡La hora ha llegado! ¡Yeohveh lo quiere! ¡Yo oigo su voz! Esa voz grita: “¡Cúmplase esto!”.

“¡El Altísimo ha hablado! ¡Cúmplase! ¡Cúmplase! ¡Cúmplase! ¡Maran – Athá!”.
“Qué el Cielo te fortalezca como fortaleció a Yahel y Judit, que siendo mujeres supieron ser heroínas; como fortaleció a Jefte, que siendo padre supo sacrificar a su hija a la Patria; como fortaleció a David contra Goliat. ¡Y cumple el gesto que hará eterno a Israel en la memoria de los Pueblos!”.
“Que el Cielo te fortalezca. ¡Maran – Athá!”.
“Sal vencedor!”.
“Sal vencedor!” ¡Maran – Athá!”.
Se eleva la ronca voz senil de Cananías: “¡El que titubea ante la orden sagrada queda condenado al deshonor y a la muerte!.”
“Queda condenado ¡Maran-Athá!”. “Si no quieres escuchar la voz del Señor Dios tuyo, y no llevas a cabo su mandato y lo que Él por boca nuestra te ordena, véngante todas las maldiciones!”.
“¡Todas las maldiciones Maran - Athá!”.
“Que el Señor te castigue con todas las maldiciones mosaicas, y te disgregue entre las gentes”.
“¡Te castigue y te disgregue! ¡Maran – Athá!”.
Un silencio de muerte sigue a esta escena sugestionadora… Todo queda suspendido en una inmovilidad terrorífica.

Y al fin se oye alzarse la voz de Judas y casi, de tan transformada como está, me cuesta reconocerla; “Sí. Yo lo haré. Lo debo hacer. Y lo haré. Ya la última parte de las maldiciones mosaicas es mi parte y yo debo salir de ellas porque ya demasiado demora he tenido. Estoy volviéndome loco y no tengo tregua ni descanso; mi corazón está amedrentado, mi mirada perdida; mi alma consumida por la tristeza. Temiendo ser descubierto por mi doble juego y fulminado por Él – yo no sé, yo no sé hasta que punto conoce Él mi pensamiento -- , veo mi vida pendiente de un hilo, y mañana, tarde y noche invoco que termine este momento por el terror que amedrenta mi corazón. Por el horror que debo llevar a cabo. ¡Oh, acelerad este momento! ¡Sacadme de estas angustias mías!  Cúmplase todo. ¡Enseguida! ¡Ahora! ¡Y yo sea liberado! ¡Vamos!”.

La voz de Judas a medida que ha ido hablando, se ha ido afirmando y haciendo fuerte. El gesto, antes automático e inseguro, se ha ido afirmando y haciéndose fuerte. El gesto, antes automático e inseguro, como de somnámbulo, se ha hecho libre, voluntario. Se yergue en toda su altura. Satánicamente bello, y grita: “Suéltense los lazos del demencial terror! Libre estoy de sujeción aterradora. ¡Cristo, ya no te temo y te entrego a tus enemigos! ¡Vamos!”. Un grito de demonio victorioso. Y verdaderamente se encamina con arrogancia hacia la puerta.

Pero le paran: “¡Calma!”. Respóndenos: ¿Dónde está Jesús de Nazaret?”.
“En la casa de Lázaro en Betania”.
“No podemos entrar en esa casa que cuenta con siervos fieles. Es la casa de un favorito de Roma. Nos buscaríamos complicaciones seguras”.
“Al amanecer vendremos a la ciudad. Poned la guardia en el camino de Betfagé, cread tumulto y prenderlo”.
“¿Cómo sabes que viene por ese camino? Podría tomar otro…”.
“No. Ha dicho a sus seguidores que entrará por ese camino en la ciudad, por la puerta de Efraím, y que estuvieran esperándole en El Rogel. Si lo capturáis antes…”.
No podemos. Deberíamos entrar en la ciudad con Él entre la guardia, y todos los caminos que conducen a las puertas y todas las calles de la ciudad están llenos de gente desde el alba hasta la noche. Se produciría tumulto, y eso no debe suceder”.

Subirá al Templo. Llamadle para interrogarle en una sala. Llamadle en nombre del sumo sacerdote. El irá porque tiene más respeto hacia vosotros que a su propia vida. Una vez que esté solo con vosotros… no os faltará la manera de llevarle a lugar seguro y condenarle en la hora propicia”.
“Igualmente se produciría tumulto. Habrías debido darte cuenta que la multitud está fanática por Él. Y no solo el pueblo sino también los grandes y los que son las esperanzas de Israel. Gamaliel pierde sus discípulos. Lo mismo Jonatán ben Uziel. Y otros de entre nosotros. Todos seducidos por Él, nos dejan. Hasta los gentiles le veneran, o lo temen – lo cual es ya veneración - , y están dispuestos a aliarse contra nosotros si lo maltratamos. Entre otras cosas, algunos bandoleros, a los que pagábamos para ser falsos discípulos y sus citar disputas, han sido arrestados y han hablado. Esperan clemencia por la delación. Y el pretor está al corriente… Todo el mundo le sigue, mientras nosotros no concluimos nada. No. Hay que actuar con sutileza, para que no se den cuenta las turbas”.
“Sí, ¡así hay que actuar! Anás también da esta advertencia. Dice: “Que no suceda durante la fiesta y no se crean tumulto entre el pueblo fanático”. Esto ha ordenado, y ha dado también disposiciones para que sea tratado con respeto en el Templo y en otros lugares y que no sea molestado y así poder llevarlo a una encerrona”.

“¿Y entonces, que queréis hacer? Yo estaba ya bien decidido para esta noche, pero vosotros titubeáis… “ dice Judas.
“Mira, deberíais  llevarnos donde esté Él a una hora en que esté solo. Tú conoces sus costumbres. Nos has escrito que a ti, de todos, es el que más cerca te tiene. Por lo tanto, sabrás lo que Él quiere hacer. Estaremos siempre preparados. Cuando juzgues propicia la hora y el lugar, vienes, y nosotros vamos”.

“Así quedamos. ¿Cuál será mi retribución?”. Ya Judas habla fríamente, como si se tratara de un trato comercial cualquiera.
“Lo que dicen los profetas, para ser fieles a la palabra inspirada: treinta monedas…”.
“¿Treinta monedas por matar a un hombre, y además a ese Hombre? ¿¡El precio que tiene un cordero común en estos días de fiesta?! ¡Estáis locos! No es que yo tenga necesidad de dinero. Tengo buenas reservas. Así que no penséis que me convencéis por ansia de dinero. Pero es demasiado poco para pagar mi dolor de traicionar Aquel que me ha amado siempre”.
“Pero si ya te hemos dicho que recibirás de nosotros gloria y honores! Lo que esperabas de Él y no has recibido. Nosotros medicaremos tu desilusión. ¡Pero el precio está fijado por los profetas! ¡Es una formalidad! Es un símbolo, nada más. El resto vendrá después…”.
“¿Y el dinero, cuando?”
“En el momento que nos digas: “Venid”. No antes. Nadie paga antes de tener en sus manos la mercancía. ¿Es que no te parece justo?”.
“Es justo. Pero, al menos triplicad la suma…”.
“No. Así está dicho por los profetas. Así se debe hacer. ¡Oh, si que sabremos obedecer a los profetas! No omitiremos ni una iota de lo que han escrito acerca de Él. ¡Je! ¡Je! ¡Je! ¡Nosotros somos fieles a la palabra inspirada! ¡Je! ¡Je! ¡Je!”, se ríe ese nauseabundo esqueleto que es Cananías.
Y muchos le hacen coro con risas lúgubres, bajas, insinceras, verdaderos caquinos de demonios que no saben sino reírse burlonamente. Porque la sonrisa es propia del corazón sereno y amante; la risa burlona, de los corazones turbados y saturados de malignidad.
“Todo está dicho. Puedes marcharte. Esperaremos al alba para regresar a la Ciudad por distintos caminos.  Adiós. La paz sea contigo. Oveja perdida que vuelves al rebaño de Abraham. ¡La paz a ti! ¡La paz a ti! ¡Y el reconocimiento de todo Israel! ¡Cuenta con nosotros! Tus deseos son leyes para nosotros. ¡Que Dios te acompañe, como acompañó a sus siervos más fieles! ¡Que desciendan sobre ti todas las bendiciones!”.
Le acompañan, con abrazos y manifestaciones de amor, hasta la puerta… le miran mientras se aleja por el pasillo semioscuro… oyen el ruido de hierros de los cerrojos del portón que se abre y después se cierra.

Vuelven a la sala con gran contento.
Solo dos o tres veces se alzan. Son las de los menos demoniacos: “¿Y ahora? ¿Qué haremos respecto a Judás de Simón? ¡Bien sabemos que no podremos darle todo lo que le hemos prometido, aparte de esas pobres treinta monedas!... ¿Qué va a decir cuando se sienta traicionado? ¿No habremos hecho un daño mucho mayor? ¿No irá diciendo al pueblo lo que hicimos? Sabemos que es un hombre de pensamiento no firme”.
“¡Bien ingenuos y necios sois teniendo esos pensamientos y creándoos estas angustias!” Ya está determinado lo que haremos con Judas. Determinado desde la otra vez. ¿No os acordáis? Y nosotros no cambiamos nuestro pensamiento, Cuando todo haya terminado con el Cristo, Judas morirá. Está dicho”.
“¿Pero y si hablara antes?”
“¿A quien? ¿A los discípulos y al pueblo, para que le apedreen? No hablará. El horror de su acción le amordaza…”.
“Pero podría arrepentirse en el futuro, tener remordimientos, incluso perder el juicio… Porque su remordimiento, si se despertara, le volvería loco; no puede ser de otra manera…”.
“No tendrá tiempo. Tomaremos antes las medidas oportunas. Cada cosa a su tiempo. Primero el Nazareno y luego el que le ha traicionado” dice lentamente, terriblemente Elquías.
¡Si, y atentos, ni una palabra a los ausentes. Ya, demasiado han sabido de nuestro pensamiento. No me fío de José ni de Nicodemo. Y poco de los otros”.
“¿Dudas de Gamaliel?”.
“Gamaliel se ha segregado de nosotros ya hace muchos meses. Sin una expresa orden pontifical, no asistirá a nuestras reuniones. Dice que está escribiendo su obra con la ayuda de su hijo. Pero me refiero a Eleazar y a Juan”.
“¡Nunca se han opuesto a nosotros!” Responde al momento un anciano que he visto otras veces con José de Arimatea, pero cuyo nombre no recuerdo.
“No, es que se han opuesto demasiado poco. ¡Je! ¡Je! ¡Je! ¡Y habría que vigilarlos! Muchas sierpes se han anidado en el sanedrín, yo creo… ¡Je! ¡Je! ¡Je! Pero serán desanidadas… ¡Je! ¡Je! ¡Je! dice Cananías mientras va encorvado y tembloroso, apoyado en su bastón, a buscarse un cómodo lugar en uno de los anchos y bajos asientos cubiertos de gruesos tapetes, que hay a lo largo de las paredes de la sala y, satisfecho, se tumba y pronto se queda dormido, con la boca abierta afeado por su mala vejez.
Le observan. Y Doras, hijo de Doras, dice: “Está satisfecho por ver ese día. Mi padre lo soñó, pero no lo tuvo. Llevaré en el corazón su espíritu, para que esté presente el día de la venganza contra el Nazareno y reciba su alegría…”.
Recordad que tendremos que turnarnos. Un turno nutrido. Estar constantemente en el Templo”.
“Estaremos”
“Tendremos que ordenar que, a cualquier hora, Judas de Simón sea conducido ante el Sumo Sacerdote”.
“Lo haremos”:
“Y ahora, preparemos nuestro corazón para la tarea final”.
“¡ya está preparado! ¡Ya está preparado!”.
“Con astucia”.
“Con astucia”.
“Con finura”.
“Con finura”.
“Para aquietar toda sospecha”.
“Para engatusar todos los corazones”.
“Diga lo que diga o haga lo que haga, ninguna reacción. Nos vengaremos de todo de una sola vez”.
“Así lo haremos. Y será una venganza despiadada”.
“¡Completa!”.
“¡Terrible!”.
Y se sientan buscando descanso en espera del alba.